Cayetano Acuña Vigil
Hay instituciones educativas que no tienen el hábito de evaluar lo que han hecho al final del año, ni de invertir tiempo en pensar cómo podrían mejorar lo que han realizado y esto ocurre porque les parece tan obvio que en el siguiente año seguirán haciendo lo mismo.
En ambos casos los afectados son los alumnos.
En la medida de que ya todo está programado oficialmente y no en base a un examen de fortalezas y debilidades observadas, ni en las competencias que tienen los alumnos, ni menos aún en un examen de los modos de enseñar de los docentes empleados en el año anterior, cualquier evaluación se hace innecesaria, o si se hace se hace a la carrera, porque no hay tiempo para dedicársela a una actividad que no tiene retribución económica.
La experiencia muestra que esta sólo se hace cuando se dispone, y aquí solo se trata de obedecer, no de cumplir una actividad creativa de implicancias fundamentales para con los alumnos, quienes en estos casos no son sujetos de interés para la institución.
Muchas veces la rutina y las prisas coyunturales no posibilitan una reflexión intersubjetiva de los progresos o involuciones de los propios desempeños, en la efectividad demostrada, en el cumplimiento de metas o incluso en la propia satisfacción del deber cumplido. Nada de esto es factible de evaluar, pues el siguiente año se desarrollará igual que el anterior cumpliéndose lo que se indique sin formularse ningún cuestionamiento y menos sin tomar medida correctiva alguna.
No son pocos los casos que corresponden a esta imagen, cabe esperar que quizás algunos piensen por lo menos en el cuento de Monterroso de la mosca que quería ser águila.
Ver: La mosca que quería ser águila
Adjunto el link al modelo educativo de David Kolb
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